Hace tiempo que siento mis pies como aletargados
cansados o dormidos en medio de mis carreras por la ciudad.
Hace tiempo que los sentía entristecidos
y desmemoriados de campo y de sus aires.
Un día los desnudé y les pedí que hablaran de una vez
estaban pálidos como quien va camino a la muerte,
aprisionados entre calcetines, zapatos y cordones.
Los reconocí como unos pobres pies nostálgicos
de la libertad de los tiempos niños.
Estaban perdiendo la memoria del olor a la tierra,
al pasto y la hierba recién cortada.
Olvidaban los juegos
y carreras
por las praderas entre ríos y montañas.
Los humanos no hemos sido creados para vivir
corriendo ni menos para endurecer
nuestros pobres pies sobre
el asfalto caliente.
Sin embargo vamos de metro en metro
saltando de bloque en bloque de cemento
corriendo de la vereda a la calle.
Nuestros pies gritan por mayor libertad
por el derecho original, la virtud original
(el pecado original tiene mucho de zapato elegante)
de ir desnudos por la vida,
sin tanto peso, apariencia, competencia.
Es la nostalgia de los pies creados
para vivir la libertad y
el bien.
La nostalgia de vivir por sobre de la reclusión,
la carrera, la competencia,
sin embargo somos mujeres y hombres
corriendo el kilómetro lanzado.