Por mucho tiempo pensaba que era como una dura y fuerte bola de acero: vanidad, autosuficiencia, la carrera, el trabajo, las apariencias, eran los signos del estatus que buscaba. ¿Frágil yo?
Los años me han enseñado que en realidad mi vida, yo entero, no soy más que una simple pompa de jabón… de alto vuelo, hermosos colores, de sutil danza, pero frágil, endeble, quebradizo, débil, sujeto de un deterioro cotidiano, de pensamientos, afectos y salud frágil.
El tiempo me hizo ver que la dureza, consistencia, solidez y fuerza de la juventud, pasan rápidamente y que al detenerme y mirar lo andado, me veo caduco, perecedero, inconsistente, vulnerable, precario.
¿Qué se puede hacer conmigo? Con este amasijo de huesos sentado y evaluando su paso por esta vida… ¿Qué se puede hacer contigo? –siento que me pregunta la vida-
Debo dar una respuesta, efectiva… solamente se me ocurre que tengo que abrirme al gran don de la fragilidad, de sentir que con mi pequeñez creciente, me hago felizmente más dependiente de la fuerza de Dios en mi vida.
Tengo la certeza que no es “debilidad”, sino fragilidad. La debilidad me limita, me encierra, es la carcelera de mis sueños, es la invalidez de mis pasos hacia la conquista de nuevas alturas.
Siento que este Dios del que acepto total dependencia, no me hace débil, sino frágil, que es simplemente la capacidad de vivir humanamente la fragilidad de la vida.
Fragilidad es estar abierto a la imprevisibilidad del vivir, es saber que no puedo manejar todas las variables, incluidas las de la otra gente.
Es asumir que no soy autónomo, que siempre soy un ser dependiente y relacionado con los demás… es vivir la armonía de la complementariedad…
Es descubrir el enorme valor de que soy co-credor, con Dios, con la naturaleza, con los demás ¡al fin, no somos islas, sino continentes llamados a co-crear!
Estamos llamados a ser con otros un tejido vivo, hebra unida con hebra…
Es aceptar mis límites como una posibilidad para que los otros puedan desplegar sus capacidades.
He aprendido que primero hay que valorar LO QUE SOMOS, luego trabajar lo que sabemos y LO QUE HACEMOS… esto último es importante, pero lo primero es esencial… sin eso simplemente no existo como humano, sino como ser productivo, eficiente, racional, animal…
La fragilidad me ha enseñado a que existe un nuevo derecho humano: el derecho a equivocarnos, a no acertar, a trastabillar, a tartamudear… He aprendido que un fracaso tiene algo de logro, en la medida que se convierte en escuela.
La soberbia inhabilita la enseñanza del error. En cambio la aceptación de nuestras equivocaciones nos ayuda a entender que el modelo de competitividad y neo mercadista del éxito y crecimiento constante, destruye la esencia colaborativa del ser humano y lo reviste de una capa de acero, chocando y guerreando, pero con un innegable interior de fragilidad humana.
La fragilidad me ha enseñado que también los otros son limitados como yo, que la “solidaridad fragilitaria”, se expresa en la acogida, el aceptar y cuidar al otro, el descubrir que nuestros límites, nos abren a una mayor creatividad, tolerancia, afecto, comprensión, colaboración.
La fragilidad le dijo a mi boba Inteligencia que hay algo más, que ella sola es simplemente química, neuronas actuando, pero que junto al afecto, a la fe, al buen actuar, se hace animadora y servidora de la vida plena.
La Fragilidad me ha permitido creer y esperar que todo pasa, que nada efectivamente logra anular la mirada de futuro, la esperanza de que otra vida es posible, de que otro mundo surge en medio de este.
Me ha hecho entender esa aparente contradicción entre indigencia y grandeza humana que Santa Teresa de Avila lo grafica al hablar de la “osadía” de la hormiga: “Oh grandeza de Dios, y cómo mostráis vuestro poder en dar osadía a una hormiga. Y cómo, Señor mío, no queda por Vos el no hacer grandes obras los que os aman, sino por nuestra cobardía y pusilanimidad”.
Qué grande y bueno eres Señor nuestro, que muestras tu enorme poder y confianza al dar una incansable osadía y fe a estas frágiles y pequeñas hormigas.
Autor del texto y foto: Winston H. Elphick D.