miércoles, 24 de agosto de 2022

 ¿Y si la insignificancia fuese lo más claro e identitario de nuestra vida? 


Responder con humildad podría ser un camino para dejar esta fiesta loca y universal de las figuras y sombras que se agrandan, como en la caverna de Platón, pero que son de unos pequeños seres humanoides, miserables por opción, que, sin embargo, se hacen llamar “Homo Sapiens” y amos del universo…, pero que desde hace siglos han dejado de serlo.


¿Qué tenemos de sabios? A lo mejor, la mayor sabiduría es reconocer que no la tenemos y que somos unos monitos que se creen evolucionados... pero que somos primates llenos de cosas para sentir que somos hombres y mujeres  evolucionados: con cientos de amigos en Facebook, con miles de seguidores en Twitter, miembros de clubes entre iguales, coleccionistas de cuadros de famosos, lectores de best sellers ligth para luego comentarlos en reuniones ligth.


Si somos lo suficientemente honrados nos veremos como leves impulsos para alcanzar el bien, pequeños intentos de cambiar el mundo (¿qué tema más vintage, parte de un catálogo de antigüedades, no?) pero con un resultado pobre… saltos, saltos y saltos sin coger nada.


¿Ganará la insignificancia aprendida o la grandeza por aprender de la identidad humana?


Kundera opta por una salida: Hay que usar el humor nos dice, reírnos de nuestros saltos, ridiculizar nuestros afanes de creernos reyes. Opta por no tomar el mundo seriamente y ver en el humor una lucha por el cambio, una resistencia que asume la propia insignificancia en medio de tanto reyecito que se pasea por nuestro pequeñito planeta.


En esta breve novela teatralizada de su último libro, Kundera desde una mirada ácida de su tiempo y cultura, critica la inutilidad de los brillos y las apariencias del poder, a la vez que describe nuestra época como “civilizada”, en donde la competitividad transforma a  la vida en una lucha de todos contra todos:


Como dice Kundera estamos en una época "civilizada" en que nos diferenciamos  por "sentirse o no sentirse culpable. La vida es una lucha de todos contra todos. Ganará quien tenga éxito en hacer sentir culpable al otro"... y que se pase así la vida excusándose y pidiendo perdón.



“El ser humano es únicamente soledad. Una soledad rodeada de otras soledades”… así se expresa la insignificancia de la vida.


“La insignificancia, mi amigo, es la esencia de la existencia y está con nosotros siempre y en todas partes. Está presente incluso donde nadie la quiere ver: en los horrores, en las sangrientas batallas, en las peores desgracias. Esto a menudo requiere coraje para reconocerla en condiciones también dramáticas y llamarla por su nombre. Pero no se trata solo de reconocerla, tienes que amar a la insignificancia, debemos aprender a amarla”

martes, 23 de agosto de 2022

 Llamados (y llevados) a la fiesta de la Insignificancia


Pareciera que de pronto vamos compartiendo una fiesta universal, loca y vertiginosa, adormecedora y manipuladora, todos ensimismados en sus propias soledades, dando cátedras del valor de hacer país, de construir sociedades inclusivas y todas esas cosas nos hacen sentir bien y vernos bien… ¿Pero cuánto de esto es realidad en nuestras acciones cotidianas?


Milán Kundera, escritor que emigró de esta fiesta y bulla social para volverse prácticamente un ermitaño, que exigió a su editor colocar como biografía un texto breve y simple: “Milan Kundera nació en la República Checa y desde 1975 vive en Francia”... eso no más. Optó por el silencio, no dar entrevistas, no publicar más... desaparecer de esta farándula universal…, pero ocurrió un milagro.


Pasaron 14 años de su exitosa obra “La insoportable levedad del Ser”, hasta que el año 2014 nos regaló “La fiesta de la Insignificancia”, todo un recordatorio de lo que no debemos ser en sociedad. Un trocito de su publicación nos dice:


“Él quería ir con nosotros a ver la exposición de Chagall. No la verá. 

Yo tampoco, por otra parte. No soporto hacer colas. ¡Mira!

Hizo un gesto en dirección a la multitud que avanzaba lentamente 

hacia la entrada del museo. —Tampoco es tan larga —dijo Alain. 

Quizá no sea tan larga, pero es repulsiva. 

¿Cuántas veces has llegado ya hasta aquí y te has vuelto a ir?

Tres veces. De manera que, en realidad, 

ya no vengo aquí para ver a Chagall, 

sino para comprobar que de una semana a otra 

las colas son cada vez más largas, 

y por tanto el planeta está cada vez más poblado. 

¡Míralos! ¿Crees realmente que, de repente, 

se han puesto todos a admirar a Chagall?

Están dispuestos a ir a cualquier parte, a hacer lo que sea, 

tan solo para matar el tiempo con el que no saben qué hacer. 

No conocen nada, de modo que se dejan llevar. 

Son magníficamente llevables”.


Kundera se esfuerza por mostrar la pequeñez humana, lo miserable que somos. 

Ya en su obra anterior nos dijo que éramos seres leves, que como una pluma cualquier viento nos lleva a fronteras que no deseamos cruzar... seres leves, livianos, sin peso ni voluntad.

Hoy nos dice que somos insignificantes, pequeños y “llevables” por cualquier pensamiento pasajero, por las modas, por los magos de la tribu, por los dueños del circo social que modifican nuestros hábitos, consumos y convivencia a su antojo.


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