Se relata una historia muy linda,
me parece que la cuenta San Juan María Vianney,
el Santo Cura de Ars, en Francia.
Un campesino llegaba por las tardes a su iglesia,
se sentaba y no decía una palabra,
ni tampoco hacía ningún acto, rezo,
lectura de un libro o devocionario
o algún devoto movimiento especial.
El párroco curioso le pregunta:
disculpe, pero estoy intrigado por sus visitas al templo
¿qué le hace venir todas las tardes?
¿A qué viene, sino lo veo rezar, ni arrodillarse,
ni hacer ningún gesto o acto especial?
El campesino le mira y con humildad le dice:
Mire yo vengo todos los días a ver a este Cristo
y no se que decirle, entonces
yo lo miro y el me mira … eso es todo…
Señor, si tuviésemos la fe este campesino,
llegando a la cumbre de la contemplación,
sin palabras, sin libretos pre diseñados,
llegar a mirarte, cuando TU nos miras.
Bendita ignorancia que nos acerca
a la profundidad de los misterios de Dios.
¿En qué momento podría llegar Señor
a esa sabiduría, de tan sólo mirarte
y dejarme mirar por tu grandiosidad?
Sin embargo, aquí estoy cargado
de palabras, de ideas, de imágenes
que deseo con ansiedad presentarte,
casi como en una reunión de negocios
en que no hay tiempo que perder
en mirar y dejarse mirar…