lunes, 15 de marzo de 2010

El antiguo testamento según Saramago



El antiguo testamento según Saramago

Saramago ha escrito su lectura del Antiguo Testamento en Caín, como antes lo había hecho con el Nuevo en El Evangelio según Jesucristo. Y en ambos casos lo persigue, obsesivamente, la misma pregunta: ¿por qué el mal?
En Caín ese interrogante se vuelve insistente ante los niños y los inocentes que murieron durante la destrucción de Sodoma y Gomorra; en el Evangelio según Jesucristo otros niños habían provocado la razonada compasión del novelista: las víctimas de la paranoia de Herodes.

Las idas y venidas de Caín a lomo de aquel burro sin nombre, tienen un objetivo: atestiguar la presencia multiforme del mal y reprocharle a Dios su pasividad, cuando no su complicidad con el mal. Para comprender los reproches y las invectivas de Saramago contra ese Dios que él escribe en minúscula, es necesario tener en cuenta su idea de Dios, en que los antropomorfismos bíblicos no son solo expresiones ocasionales, sino una condición permanente de un dios que como el patrón de una hacienda, mantiene con sus criaturas la relación amo-siervo, y como un poderosos cualquiera, pretende ser dueño total del destino bueno o malo, trágico o feliz de cuantos se mueven por el paraíso y fuera de él.
El mal, que aparece con presencia ubicua en el recorrido de Caín por los distintos episodios del Antiguo Testamento, en el pensamiento de Saramago es una travesura con la que Dios castiga a unos y premia a otros y es parte de la utilería con que Dios maneja el mundo. Él permite que Caín le dé muerte a Abel para exaltar a la víctima y degradar al victimario y su intervención es tan efectiva que puede transferir la responsabilidad de Caín, que solo sería el autor material, a Dios quien, según Saramago, sería el autor intelectual. Abraham, a punto de sacrificar a su hijo Isaac, aparece como instrumento de un dios caprichoso y prepotente que se regodea en el espectáculo de un padre que está dispuesto a sacrificar a su hijo para demostrar su fidelidad. Como cualquier tirano que ordena borrar a sangre y fuego una población rebelde, el dios de Saramago castiga, caiga quien caiga.
Otra clave del libro es que en su lectura y reconstrucción del Antiguo Testamento, Saramago convierte en dato histórico y literal, lo que es leyenda, o relato tradicional pedagógico, o simple mito. Por tanto, monta su propio tribunal de Nuremberg para juzgar los delitos de Dios contra la humanidad.
A esa dificultad de enfoque se le agrega otra de mayor entidad. Según la visión histórica de Saramago el mal no debería existir: ni Caín debió dar muerte a Abel, ni los niños y los inocentes debieron morir en Sodoma, ni en la Belén de Herodes, tampoco tuvo sentido el diluvio, y resultan absurdos los tsunamis, los terremotos, ni el mismo efecto invernadero. ¿Para qué creó Dios un mundo que Él mismo permite que vaya a su destrucción? 
Dentro de esta lógica ni el sufrimiento, ni la muerte, ni la injusticia deben hacer parte de la creación, y si lo son, se trata de descuidos culpables de Dios. El hombre, por tanto, igual que Caín, resulta una víctima de esos males, incluso de aquellos que él ejecuta con su propia mano. Un mundo así es el escenario en el que se mueve una criatura sin libertad y sometido a la voluntad omnipresente de un Dios todopoderoso.La libertad con sus riesgos, con su tarea diaria de crearse y robustecerse, no emerge en los escenarios creados por Saramago para su personaje. Caín no nació para renacer en cada ejercicio de su voluntad; nació sin voluntad propia y movido por la absorbente y dictatorial voluntad de un Dios que tiene descuidos y que rompe platos que paga el hombre; no el autor intelectual, sino el sicario, como ocurre en el injusto y desordenado mundo construido por los hombres.
Estas características, el dios antropomorfo, el mal como equivocación culpable de Dios, el hombre sin voluntad responsable y sin libertad, dependiente de un Dios que debería despojarlo de la posibilidad de hacer el mal, explican el universo creado por Saramago para Caín, su criatura.


Fuente: De Vida Nueva Coombia.

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