jueves, 8 de abril de 2010

Monseñor Romero está vivo


No podría ser de otra forma, Jesucristo no defrauda

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El 24 de marzo de 1980, mientras monseñor Oscar Romero celebraba la Eucaristía en la capilla de un hospital de San Salvador, una bala certera acabó con su vida. Su sangre se unió a la sangre de Cristo y su cuerpo roto al del Crucificado y a los crucificados de su pueblo. Romero mezcló su sangre con la de tantos hombres y mujeres de su pueblo. Fue consciente de que así terminaría su vida, asesinado por las fuerzas oscuras del poder económico y militar.

Los poderosos creyeron que con matar al arzobispo Romero acabarían con su palabra, esa palabra que fue el consuelo y la esperanza del pueblo salvadoreño. “Mi voz desparecerá, pero mi palabra que es Cristo, quedará en los corazones que lo hayan querido acoger”, decía. Cuando él hablaba todo el mundo estaba pegado a la radio escuchando su palabra profética. Tenía una fuerza irresistible.

Su delito fue defender el derecho a la vida de los pobres, frente a la poderosa clase oligárquica, insensible ante el hambre y dolor del pueblo, y frente a un gobierno que asesinaba y masacraba a poblaciones enteras.


Monseñor Romero decía: “Una iglesia que no se une a los pobres para hablar en contra de las injusticias que se cometen contra ellos, no es verdadera iglesia de Jesucristo”.


Los poderosos creyeron que con matar al arzobispo Romero acabarían con su palabra, esa palabra que fue el consuelo y la esperanza del pueblo salvadoreño. “Mi voz desparecerá, pero mi palabra que es Cristo, quedará en los corazones que lo hayan querido acoger”, decía. Cuando él hablaba todo el mundo estaba pegado a la radio escuchando su palabra profética. Tenía una fuerza irresistible. Era Dios quien hablaba a través de él.


Cuando predicaba en la Catedral se transformaba. En sus homilías afloraban los más hondos sentimientos de su corazón de pastor: compasión e indignación, dolor y gozo. Decía: “Estas homilías quieren ser la voz de este pueblo. Quieren ser la voz de los que no tienen voz…”.


En varias ocasiones los enemigos del pueblo colocaron bombas en la emisora de la Iglesia para apagar su voz. Y con frecuencia recibía amenazas de muerte. Pero él decía: “Como Pastor, estoy obligado, por mandato divino, a dar la vida por aquellos que amo, que son todos los salvadoreños incluso a aquellos que vayan a asesinarme… Si me matan, resucitaré en el pueblo”.


Después de 30 años, monseñor Oscar Romero sigue vivo en el pueblo salvadoreño, en América latina y en todo el mundo, haciendo renacer en cada corazón que escucha su palabra, el compromiso por la justicia, la solidaridad y la esperanza en un mundo más humano. Las celebraciones del 30 an iversario de su martirio son una prueba de su resurrección. Miles de salvadoreños se movilizaron en todo el país con actividades conmemorativas. Multitudes de peregrinaciones llegan a diario a orar ante su sepulcro. Una energía sin nombre emana del lugar donde está sepultado. Delegaciones de todos los continentes se hicieron presentes en las celebraciones. Obispos, cardenales, laicos, religiosas y religiosos y sacerdotes de todo el continente latinoamericano, Europa, Estados Unidos, Japón, Australia y África participaron en las Eucaristías en la catedral con la presencia de miles de hombres y mujeres, sobre todo jóvenes.


En la Eucaristía del 24 de marzo en la cripta junto a su sepulcro, en un ambiente de fiesta y de alegría, se conmemoró, no tanto su muerte sino su resurrección. “Romero vive”, se leía en multitud de carteles y pancartas. El Obispo emérito de San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, Samuel Ruiz, pronunció una sentida y valiente homilía, interrumpida más de 15 veces, por fuertes aplausos de los miles de cristianos participantes.


Un sin fin de actividades se realizaron con motivo de este 30 aniversario, destacando la Semana Teológica en la UCA (Universidad Centroamericana) en la que participaron los teólogos Gustavo Gutiérrez, Jon Sobrino, José Comblin, entre otros, y obispos como Álvaro Ramazzini, Samuel Ruiz… Otros eventos fueron el Encuentro Internacional de las Comunidades Eclesiales de Base, la Asamblea del SICSAL (Servicio Internacional Cristiano de Solidaridad con América Latina); la procesión nocturna de los farolitos desde la plaza del Salvador del mundo hasta la catedral que fue acompañada por el mismo Presidente de la República Mauricio Funes; celebración en la capilla del Hospitalito donde fue asesinado Monseñor Romero y una masiva caminata desde este lugar a la plaza de la catedral, en la que se observaba muchos jóvenes y gente sencilla de áreas marginales y del campo; celebraciones ecuménicas en las plazas al aire libre; concierto en el Teatro Nacional en honor de monseñor Romero; inauguración por el Presidente de la República de un gran mural de monseñor Romero en el aeropuerto, de manera que todo viajero que llegue a El Salvador, lo primero que verá es a Romero; reconocimiento público por parte del Presidente de la responsabilidad del Estado en el asesinato del arzobispo y la consiguiente petición de perdón; la declaración de uno de los asesinos, el capitán Saravia, sobre el desarrollo del plan de asesinato del obispo, junto con el mayor Roberto D’Aubuisson (muerto hace ya varios años); conferencia sobre el proceso de canonización dada por monseñor Jesús Delgado y por monseñor Gregorio Rosa Chávez, quien en la catedral expresó que todos los obispos salvadoreños han escrito una carta al papa pidiendo su pronta canonización , a la que se sumaron también otras conferencias episcopales de América Latina y Estados Unidos.

Destaca el gran mural de Monseñor Romero con rostros de gente sencilla a su alrededor, de 20 metros de alto y 15 de ancho, levantado en el Parque Central frente a la catedral y a un costado del Palacio Nacional. Por todos lados se respiraba el espíritu de Romero. En calles y buses se podía ver afiches del santo Arzobispo. Su rostro se veía en camisetas, gorras, calcomanías, sellos postales… Pancartas con su retrato aparecen en manifestaciones, mítines políticos, actos religiosos, culturales e incluso deportivos. Multitud de canciones populares están dedicadas a él. Películas y documentales, dibujos y pinturas, libros y revistas hablan de él… El Presidente de la República , Funes, izquierdista, dijo que “Oscar Romero es el guía espiritual de la nación salvadoreña”.


Yo estaba absorto, observando todo lo que estaba celebrándose. Sentí que las palabras de Oscar Romero “Si me matan, resucitare en el pueblo”, se estaban cumpliendo. Jóvenes que no lo conocieron en vida se entusiasmaron con su mensaje de fe y de compromiso en la defensa de los Derechos Humanos.


Quienes pretendieron callar su voz, que no fueron sólo los que planearon su muerte sino todo el sector oligárquico terrateniente y empresarial, nunca se imaginaron que monseñor Romero resucitaría en el corazón de cada hombre y mujer comprometidos en la construcción de una nueva humanidad y con el Evangelio de Jesús, quien también fue brutalmente asesinado por los poderes establecidos de su tiempo.


Los grandes mataron al arzobispo Romero, pero resucitaron a un santo, San Romero de América, Pastor, Profeta y Mártir, símbolo del hombre nuevo.


No podría ser de otra forma, Jesucristo no defrauda

Por Fernando Bermúdez López. Revista 21, marzo 2010

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