Roberto era un emprendedor de éxito. Había conseguido montar su empresa, tenía grandes ideas, ilusión, talento y ganas, muchas ganas de seguir. Era una de esas personas que siempre tienen ideas brillantes, de esas que te sorprenden día a día… Lo había conseguido, lo que empezó como “un grupo de amigos con mucha ilusión” se había convertido en una empresa con un número más que respetable de trabajadores.
Pero algo no marchaba bien, Roberto estaba preocupado porque tenía la sensación de que se estaban estancando, que no podía hacer crecer sus ideas. A él nunca le preocupó demasiado el dinero, siempre se las apañaba para encontrar financiación, pero ahora no era ese el problema. Su pequeño grupo de amigos había crecido demasiado y la gestión de las personas y de los trabajos se estaba complicando demasiado. Seguían funcionando como cuando eran cuatro. Cada uno guardaba su documentación y sus proyectos en su equipo, la información no se compartía, su ilusión y su negocio era un montón de “Reinos de Taifas” donde cada uno tenía “su tesoro” en forma de conocimiento.
Roberto sabía que lo suyo era la innovación, las ideas, el crear, el construir, así que se dijo… para profesionalizar mi empresa tengo que contratar gestores, personas con experiencia en gestión empresarial, gestión de equipos y conocimiento del entorno empresarial. Así que, dicho y hecho. Contrató a dos expertos, Antonio y Manuel, con mucho bagaje en gestión y en proyectos y les contó su proyecto, lo que quería hacer, lo que había que cambiar para poder seguir creciendo. También les dijo que su empresa era “especial”, que estaba llena de personas con muchísimo talento, que él siempre se había rodeado de los mejores, pero que nunca le habían puesto una “capa de gestión” por encima, así que había que gestionar el cambio poquito a poco.
Así que empezó el reto del crecimiento de la empresa. Antonio y Manuel empezaron su tarea de conocer la empresa, las personas, los proyectos, la cultura, las políticas, la manera de hacer las cosas. Roberto los presentó a sus chicos como dos “fichajes estrella”, lo mejor de lo mejor que se había encontrado y que iban ayudarles a crecer, a mejorar y a ser los mejores. No se puede empezar mejor ni con más ilusión.
Tras un par de meses de conocimiento, Antonio y Manuel empezaron a proponer ligeros cambios, que fueron recibidos con aplausos por unos… y con uñas afiladas por otros. Unos apostaban por hacer equipo, compartir información, utilizar herramientas de gestión… otros no querían saber nada del cambio. Llevaban demasiado tiempo haciendo las cosas de la misma manera, siendo sus propios gestores y temían por sus puestos si “los nuevos” venían ahora a poner de manifiesto sus debilidades.
Antonio y Manuel trasladaron la situación a Roberto, su preocupación, su necesidad de “involucrarse” de trasladar la confianza en el cambio, en SU proyecto al equipo, que tenía miedo a perder su “poder”. Roberto siempre había sido una persona muy cercana a su equipo, muy protectora del mismo y con mucha confianza en los suyos, con lo que prometió hablar con sus chicos y ayudar al cambio.
El día a día, la necesidad de seguir creando, la ilusión por sus nuevos proyectos, sus nuevas ideas, fueron haciendo que los plazos se fueran alargando, y Roberto pospuso el comunicar a su gente que había otras maneras de hacer las cosas, de evitar la resistencia al cambio. ¿Y qué pasó? Pasó que el excesivo “celo”, el escuchar quejas de “duele cambiar” de sus chicos le hizo perder la confianza en Antonio y Manuel… y decidió despedirlos. Sin más, no era el momento, no estaba preparado, no quería “problemas”… Si hasta ahora le había ido bien haciendo las cosas como siempre se habían hecho en su empresa, en su sueño… ¿Por qué no iba a seguir siendo así?