
Mi Madre
me hablaba siempre de ti,
de tus grandes acciones,
de que hablaba contigo
y que siempre le respondías,
de que cuando te pedía
siempre le dabas más de lo esperado.
Yo veía que ella
hablaba contigo,
se reía contigo.
Yo nunca te vi,
pero como que te sentía
aleteando, respirando
en esa vieja casa.
Como que te sentía junto al bracero,
en esas noches en que el mate
y las historias acortaban las horas de sueño.
Si, yo te sentía cerca de las velas
que mi buena Betty te encendía.
Eras como una brisa sin ventana abierta,
como un paso de nube sin dejar sombra.
Yo, niño, ¡quería verte!
Cada mañana, al abrir los ojos,
esperaba verte sentado en mi cama,
y ni por si acaso un día lo hiciste.
¡Ni un solo día te apareciste!
Pero yo, insistente,
cada mañana despertaba
mirando hacia los pies
de mi pequeña cama solitaria...
Aunque no lo creas, ahora ya maduroncito,
aún sigo, de vez en cuando,
mirando hacia los pies de mi cama...
¿Vendrás un día a despertarme
de tanto sueño falso,
de tanto adormecimiento del alma?