- El vicio original es el continuo afán por superar la realidad de lo que somos, para adornar externamente, de lo qué no existe en el interior del hombre.
- El vicio original me lanza fuera de mí, me subordina a buscar lo ajeno y encontrar en él una falsa plenitud adormecida por la inconsciencia.
- La virtud original es la capacidad para trabajar la autoconciencia, aquella capacidad para abordarse, conocerse y valorarse en el justo equilibrio.
Buscando el rostro verdadero
EN SU CENTRO EDUCATIVO ¿SE VIVE LA CULTURA DE LA CAZA O DE LA LABRANZA? (II)

¿OPTAMOS
POR
LA
CAZA
O
LA
LABRANZA?
En la reflexión anterior comparábamos la cultura de la caza con la cultura de la labranza y como ellas se expresan en nuestra convivencia.
Una está marcada por la eficiencia y el obtener buenos dividendos, en el goce de vencer a los competidores. pues su derrota engrandece su triunfo.
En la cultura de la labranza, ambos, siembra y labrador, tienen el tiempo y el espacio, tienen el silencio y la quietud para creer en la relación que han establecido.
En nuestra calles y ciudades no existe una cultura virginal. Es difícil encontrar en estado puro una cultura de la labranza o de la caza. Existen mixturas de unas con otras.
En la ciudad conviven distintas estructuras de valores, de motivaciones de vida, existen variedades de razones existenciales. En la ciudad existen cazadores y víctimas, existen labradores, semillas y tierra buena.
Es compleja la realidad de la ciudad y del mundo. Una multi presencia de percepciones y de visiones de lo que es la persona humana, permiten que en nuestra calles conviva un Carlos Chaplín y un Adolfo Hitler.
Ambos responden a esquemas culturales distintos, ambos pisaron nuestra calles y se relacionaron con nuestras sociedades. Ambos entregaron sus ideales y convencieron a millones: llevando a algunos a la muerte, otros a una convivencia humanizadora.
En nuestras plazas y escuelas conviven ambas culturas. En muchos centros educativos se forman cazadores: instruidas mentes llenas de todas las fórmulas para alcanzar el éxito académico y altos puntajes en las pruebas que cuales vallas de salto alto, se esmeran en superar las marcas de sus predecesores. Son cazadores de metas efímeras: corren tras un puntaje, el mejor estatus, la mayor imagen posible. Son cazadores tras un éxito vacío de la solidaridad, de la apertura a la realidad de los otros y por sobre todo a la propia realidad interior... no hay tiempo para que el cazador piense en si mismo, lo importante es la víctima, el objeto de la carrera, la meta a cazar.
Así como en algunos colegios se instruye a expertos para la caza, en otros se forman a hombres y mujeres abiertos a la cultura de la labranza:
- Personas abiertas a LA COMUNION con otros, a vivir la humildad de que no todo depende de mi esfuerzo. El labrador sabe que requiere del agua necesaria, del sol en la justa medida, de los nutrientes adecuados... si falla uno de estos elementos, peligra la cosecha. Se sabe incompleto, sino cuenta con la participación de otros.
- Personas dispuestas a CREER en OTROS y CREER en EL OTRO, dispuestos a esperar el desarrollo de los otros y a valorar el trabajo colaborativo.
- Personas que traspasan los pragmatismos, para CREER en que existen niveles de trascendencia humanizadora, especialmente en la persona de DIOS, como el gran OTRO. Sabe descubrir la obra constante del creador, pero no se queda sólo en los signos, le han enseñado a descubrir en ellos la mano de quien los ha creado.
- Personas que renuncian a la premiación inmediata, que trabajan la espera por lo que desean, que se esfuerzan por la búsqueda de sus metas. El labrador es un canto a la ESPERANZA, antes de plantar la semilla hace un acto profundo de fe, confía en que esta semilla no se perderá.
- Personas que disciernan, que analicen, que cuestionen. El labrador se abre a la grandeza de la creación, es un investigador de los signos de la naturaleza, descubre en ella cuando vendrá el momento de la lluvia o cuando será el momento en que esta termina... hoy se requieren personas críticas, que detecten las falencias de los grandes cambios y sean capaces de sugerir caminos humanizadores.
- Personas capaces de PERSEVERAR , responsables de iniciar y terminar una obra. Ningún labrador planta la semilla, pensando en abandonarla.
EN ESTE MERCADO, TRABAJAR POR EL RETORNO AL VALOR DEL SER HUMANO.
Ciertamente no podemos cambiar el modelo imperante, poca influencia tenemos. Pero nuestra mayor fuerza está en el trabajo de la geografía interior, en la conciencia de que algo anda mal en nuestra sociedad, en que se enfatiza la fuerza de la caza, por sobre la sencillez de la siembra.
Allí surge la mirada de un colegio humanizador que siempre tiene algo más, tiene sellada a fuego una determinada visión de persona y de sociedad. Es una propuesta precisa y desafiante que no se tranza en las dinámicas del mercado, no se deja seducir por las exigencias de la “caza educativa”, en donde la persona tiene el riesgo de perder su sentido y alegría de vivir.
La pregunta esencial hoy ¿qué diferencia a nuestro trabajo, respecto de otros que participan en este mercado educativo? ¿Qué aporte específico estamos dando a la sociedad?
No podemos negar el principio de calidad educativa, pero nunca desde la perspectiva del “mercado”, el mismo que Juan Pablo II nominó como “capitalismo salvaje”. La entenderemos como un espacio para potenciar nuestros sistemas de gestión al servicio del crecimiento, de la participación y la comunión de (todas) las personas que conviven en el colegio. Un colegio de Iglesia también busca la excelencia, pero no centra su discurso sólo en las exigencias académicas... va más allá: cuida primeramente su PEI, sus postulados organizacionales, su esencia vital, sus sueños de refundación de la ciudad sobre pilares evangelizadores. Va más allá, analiza las motivaciones de sus profesores, el testimonio coherente, los objetivos, sus contenidos, sus metodologías, la satisfacción de los alumnos y apoderados, su equipamiento, su estilo de gestión, etc.
Esta mirada, es tan distinta a la del mercado. La meta de un colegio humanizador es la plenitud de la persona, la excelencia personal, el desarrollo de sus mejores energías y potencialidades. ¿Es la búsqueda de los mejores aprendizajes y mejores puntajes? También, pero nunca solos, siempre acompañados del desarrollo de las propias competencias y de las potencialidades que cada uno tiene que entregar.
No es la cultura de la codicia (tener y retener). No es el éxito de la competencia de unos sobre otros, que marca el modelo imperante. Sí, es la competencia contra las limitaciones personales, contra el bien individual que anula el bien común, contra las exigencias de productividad y eficiencia exenta de humanidad. Allí está la integralidad de la educación: personas eficientes, habilidosas, capaces, pero también abiertas desde su interior a la vida plena que surge desde el evangelio.
¿Cómo se expresa la cultura de la caza en nuestros colegios?
Pragmatismo, énfasis en los resultados; competitividad entre colegios, lucha por demostrar que somos mejores que el colegio vecino; marketing fantasioso, mayor desarrollo del efecto e impacto imediatista; poca paciencia por los alumnos con características especiales (con mayor incidencia del hemisferio derecho, por ejemplo); exigencias de permanencia en el colegio, sobre logro de notas mínimas; expulsión de alumnos repitentes; sobrevaloración de los ranking (tipo champion nacionales de colegios); temor al futuro económico; discriminación en instancias de ingreso de alumnos.
¿Cómo se expresa la cultura de labranza en nuestros colegios?
EN SU CENTRO EDUCATIVO ¿SE VIVE LA CULTURA DE LA CAZA O DE LA LABRANZA? (I)

¿GENTE DE CAZA O DE LABRANZA?
¿Cómo estamos viviendo al interior de nuestros centros educativos? ¿Somos generadores de ambientes de encuentro y acogida o más bien nos concentramos en el individualismo, la desconfianza, la competencia de unos contra otros?
Lo anterior lo podemos graficar en dos conceptos: ¿Estamos trabajando por una cultura de la caza o de la labranza? Este puede ser un material que nos ayude a humanizar un poco más nuestra dinámica interna del centro educativo, como también entre los centros en general y de alguna manera se vincula con la reflexiones que hemos redactado sobre la codicia en este mismo blog.
Al leer este artículo usted podrá reflexionar cómo este impacto se refleja en las organizaciones educativas, influyendo fuertemente en su propio estilo de acción directiva.
¿Que duda cabe que el mercado está condicionando las acciones que tienen que hacer los colegios? ¿Qué duda cabe que los colegios con altos ideales, incluidos los confesionales, se ven inmersos en un ambiente en donde las propuestas de sus Proyectos Educativos se ven tensionadas y en ocasiones deslavadas?
Los colegios están insertos en la globalización y sufren el impacto de la irrupción de las dinámicas del mercado. Allí la educación tiende a caer en la seducción mercadista que le ofrece sus nuevas estrategias: énfasis en la competencia y la eficiencia, sed por cubrir “nichos” del mercado, pánico a perder espacios de competitividad. Al igual, se ve afectada por sus consecuencias: dinámicas internas competitivas, recelo del cercano, tendencia al trabajo individual, concentración del ser y del poder en unos pocos, exclusión de los débiles o faltos del nuevo ritmo competitivo, tendencia a centrarse en resultados más que en procesos, diseño de nuevas “estructuras invernaderos” que nos limitan a resolver “mis” problemas , reducción de la tolerancia por los ritmos individuales, estandarización del logro de metas, trastoque o adormecimiento de valores, etc.
El mercado asfixia, mata y expulsa a quienes no logran competir y tener éxito en sus dinámicas. Casi siempre los pobres no llegan en esta carrera. Entendemos por “pobres”, aparte de los sociológicos, a los académicamente pobres, los disrruptivos, los desaptados, los que cargan problemas de adaptación, los menos agraciados, etc.
VIVIENDO LA CULTURA DE LA CAZA.
El cazador (del latín cazar= captiare, captare, coger) es quien busca y sigue a sus victimas para darles caza usando la técnica de la sorpresa y la violencia para coger a su presa y matarla.
El ritmo del cazador es impaciente e instantáneo. En el momento de poner la bala sobre su víctima, obtiene un producto crecido y maduro, listo para llevar a la cocina y a la mesa.
Un cazador no se preocupa del ritmo del crecimiento de las aves a las cuales caza, le basta encontrarlas y atacarlas.
La cultura de la caza se expresa en la competitividad, agresividad y en niveles crecientes de violencia. En nuestros ambientes fácilmente se pasa de una “competitividad profesional” hacia ejecutivos “agresivos” capaces de vencer en la jungla de los negocios cada vez más exigente.
Esta cultura es pragmática, para ella importa lo inventariable, lo tangible. Ha hecho de la frase “más vale un pájaro (MUERTO) en la mano, que cien volando”, el motivo central de su filosofía, logrando reducir así , su capacidad soñadora, su facultad para creer y esperar.
La cultura de la caza es la cultura del movimiento, del vértigo, de la angustia del tiempo. Requiere trasladarse, y correr, requiere consumir kilómetros en un breve tiempo. Luego debe esconderse hasta encontrar el momento adecuado para coger su presa. Esta cultura perdió la capacidad de vivir el OCIO, el que vive el hombre capaz de percibir su entorno y de mirar y ad-mirar lo que le rodea. Está preocupado sólo del NEGOCIO (neg-ocio, negación del ocio), de la productividad y la eficiencia.
La cultura de la caza vive de la superficialidad, no establece contacto con el ambiente por el que corre, no tiene el tiempo para crear lazos. Su signo es la capacidad para pasar por las personas y las cosas, sin detenerse ni vincularse.
Un rasgo brutalmente explícito de esta cultura es la necesidad que se experimenta por la inmediatez del producto, se trabaja con insumos, los cuales se tratan de recuperar prontamente. La instantaneidad de los resultados ha llevado a incentivar el logro de los fines, desantendiendo la coherencia de los medios: la norma es llegar a los resultados a cualquier costo y con todos los medios a los cuales se pueda acceder.
En la cultura de la caza, la eficiencia está marcada no sólo por el hecho de usar bien los recursos y obtener buenos dividendos, sino en el goce de vencer a los competidores y mostrar sus errores, pues su derrota engrandece su triunfo.
POR EL DESARROLLO DE UNA CULTURA DE LA LABRANZA.
El labrador (del latín laborator, laboratoris) es quien trabaja la tierra y el cultivo de los campos o sementeras, es el hombre o la mujer que ha desarrollado su capacidad de creer en la semilla. Es el hombre de la ESPERANZA en que sus trabajos brindarán los resultados que espera. Cree, aún sin ver el fruto de su siembra.
La cultura de la labranza o de la siembra se expresa en la capacidad soñadora. Quien planta una semilla está obligado a esperar y en ese tiempo está llamado a creer en el bien que traerá esta nueva simiente.
Quien labra la tierra se hace responsable del proceso, cuida, acompaña el crecimiento.
El crecimiento del fruto no es instantáneo, la planta madre debe vivir distintos procesos: primero un pequeño almácigo, luego será llevada a la siembra en la tierra grande, después saldrán los brotes pequeños. Un día serán fuertes, crecerán junto a las hojas y las flores... hasta llegar a la etapa del fruto que se entrega generoso al final de un largo proceso.
La cultura de la labranza es la cultura de la acogida, de la bienvenida a todos los afuerinos, a los distintos. Los que participan de ella se dan el tiempo para conocer la realidad del otro, no hay necesidad de correr tras una presa desconocida y móvil como hace el cazador, la siembra está allí, no corre ni corremos con ella.
En la cultura de la labranza, ambos, siembra y labrador, tienen el tiempo y el espacio, tienen el silencio y la quietud para creer en la relación que han establecido.
UN TESORO MAYOR: APRENDER CADA DIA.

LA SABIDURÍA DEL CAMPESINO.
Estando de campamento scout, con un grupo de jóvenes intentábamos en vano encender unos palos para abrigarnos. Cada uno aplicaba una técnica distinta, unos con un tarro al medio, otros con rollitos de diario, otros con una ventolera que nos ahumaba a todos.
A lo lejos nos observaba un campesino viejo, se nos acercó lentamente y nos dijo con sencillez: si quieren hacer eso, primero deben "alumbrar" los palos.
¿Qué es eso de "alumbrar"?, pensé en silencio.
La cosa era simple: "alumbrar" nos demostró el campesino, era prender primero ramas y palos pequeños, con ellos se podría encender los grandes. ¿Qué simple, no? Claro, después de la batalla que habíamos entablado, la cosa de "alumbrar" primero la leña era simple y obvio.
Todos los del grupo aprendimos la lección, aprendimos un nuevo concepto, aprendimos de la sencillez del campesino.
APRENDER DESDE LA POBREZA Y LA HUMILDAD.
El soberbio poco aprende, aprende quien es capaz de reconocer sus limitaciones y pobrezas. Así se aprende cada día. Deslumbrantemente cada día.
Ciertamente se aprende cada día y por tantas fuentes que a veces no nos damos cuenta o no las valoramos.
Se aprende en la escuela, pero también en el trayecto, se prende en el baile, en la fiesta en la oración, en el chiste y la alegría, se aprende mirando el kiosko del diario, se aprende haciendo las tareas con los hijos.
Se aprende al conocer a una persona que nos relata nuevas historias, al encender la televisión (pero sin apagar nuestra cabeza), al caminar y observar los árboles, al discutir y tratar de llegar a acuerdos. Se aprende escuchando a nuestros hijos, observando sus fotolog y comentándolos con ellos.
Se aprende al comprar un libro, aunque sea usado y recordar cosas antiguas que nos enseñaron y también aprendiendo cosas nuevas para hacer mejor nuestro trabajo.
Se aprende a caminar por veredas nuevas y descubrir ese edificio que nos estaba esperando hace más de cincuenta años.
Se aprende en el trabajo, cuando proponemos formas nuevas y simples de hacer las cosas, bajando los tiempos, atendiendo mejor a las personas.
Volviendo al ejemplo, el campesino podría haber recibido una mala respuesta nuestra: oiga déjenos hacerlo a nuestro modo... acabamos de terminar un curso sobre técnicas de campamento. Sin embargo aplicamos el criterio de "adaptarnos" a sus propuestas: lo escuchamos, valoramos sus palabras, reconocimos nuestros errores y actuamos de una forma nueva... fuimos capaces de aprender una nueva forma de solucionar un viejo problema.
Si usted mira en lo cotidiano, podemos vivir aprendizajes desde que nos levantamos. Para que esto sea posible debemos tener una ac-ti-tud favorable para aprender con los otros.
Esta ac-ti-tud se manifiesta en la propia capacidad para:
- criticar nuestras viejas formas de hacer las cosas.
- No tener miedo a aprender nuevos procedimientos, arriesgar, inventar, proponer nuevas formas de resolver problemas antiguos.
- Estar abiertos al cambio, tener la capacidad para aprender algo nuevo y cambiar.
- Ser flexibles, adaptarse a la realidad, pero también tener la decisión de cambiar aquellos aspectos que atentan contra la calidad de la vida humana.
- Comprometernos a que podemos aprender cada día.
Aprender cada día, es la lección número uno del crecimiento personal. ¿Qué aprendió ayer? ¿De quién lo aprendió? ¿Es capaz de valorar la enseñanza de otros, aún de un desconocido o alguien más sencillo que usted?
- Es mejor insistir en que los hijos "aprendan", permítales vivir experiencias de aprendizaje controlado, en vez de nosotros insistir en "enseñarles", en repetir la desiderata cada día.
- Cuando hablamos menos, nuestros hijos se abren más, nos ven como actuamos o al menos como deseamos actuar.
- No hay mejor escuela (y la familia es la primera) que aquella que silencia los discursos para dar paso al diálogo, al descubrir en conjunto.
- Si usted "reta" o reprocha al hijo por haber errado en su actuar, se está generando un ladrillo más para su encierro. Más importante que el "reto" es motivar en él una reflexión profunda sobre sus actos, un discernimiento personal. En esto propóngase darle preguntas, más que enseñanzas… la mejor forma de aprender es que cada uno descubra el modo de actuar ( a partir por cierto de orientaciones, de preguntas para su discernimiento).
- Si él no concluye que lo hecho es negativo, de nada servirán los análisis y retos de los adultos. En la propia reflexión está la solución. Tenga paciencia… vuelva a tomar el tema en un par de días.
- Si valoramos el aprendizaje de nuestros hijos, deberemos darles algunas "ventajas": El tiempo para que aprenda, saber esperarlo, no perder la paciencia tras sus fallos; el derecho al error, a equivocarse y aprender en cada intento fallido y la confianza de que será capaz de nuevas formas de relacionarse y de crecer.
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