martes, 11 de noviembre de 2008

EN SU CENTRO EDUCATIVO ¿SE VIVE LA CULTURA DE LA CAZA O DE LA LABRANZA? (I)


¿GENTE DE CAZA O DE LABRANZA?

¿Cómo estamos viviendo al interior de nuestros centros educativos? ¿Somos generadores de ambientes de encuentro y acogida o más bien nos concentramos en el individualismo, la desconfianza, la competencia de unos contra otros?


Lo anterior lo podemos graficar en dos conceptos: ¿Estamos trabajando por una cultura de la caza o de la labranza?  Este puede ser un material que nos ayude a humanizar un poco más nuestra dinámica interna del centro educativo, como también entre los centros en general y de alguna manera se vincula con la reflexiones que hemos redactado sobre la codicia en este mismo blog.

Estamos en el ojo del huracán, nuestra generación está viviendo una de las dinámicas más brutales de todos los tiempos: una época de cambios globales, un tiempo de oportunidades y de incertidumbres, una pugna de principios y valores que van definiendo una nueva forma de humanidad.

Al leer este artículo usted podrá reflexionar cómo este impacto se refleja en las organizaciones educativas, influyendo fuertemente en su propio estilo de acción directiva.

NUEVOS TIEMPOS, NUEVAS DINÁMICAS SOCIALES.

¿Que duda cabe que el mercado está condicionando las acciones que tienen que hacer los colegios? ¿Qué duda cabe que los colegios con altos ideales, incluidos los confesionales, se ven inmersos en un ambiente en donde las propuestas de sus Proyectos Educativos se ven tensionadas y en ocasiones deslavadas?

Los colegios están insertos en  la globalización y sufren el impacto de la irrupción de las dinámicas del mercado.  Allí  la educación tiende a caer en la seducción mercadista que le ofrece sus nuevas estrategias: énfasis en la competencia y la eficiencia, sed por cubrir “nichos” del mercado, pánico a perder espacios de competitividad. Al igual, se ve afectada por sus consecuencias: dinámicas internas competitivas, recelo del cercano, tendencia al trabajo individual, concentración del ser y del poder en unos pocos, exclusión de los débiles o faltos del nuevo ritmo competitivo,  tendencia a centrarse en resultados más que en procesos,  diseño de nuevas “estructuras invernaderos” que nos limitan a resolver “mis” problemas , reducción de la tolerancia por los ritmos individuales, estandarización del logro de metas,  trastoque o adormecimiento de valores, etc.

El mercado asfixia, mata y expulsa a quienes no logran competir y tener éxito en sus dinámicas. Casi siempre los pobres no llegan en esta carrera. Entendemos por “pobres”, aparte de los sociológicos, a los académicamente pobres, los disrruptivos, los desaptados,  los que cargan problemas de adaptación, los menos agraciados, etc.

En este contexto se requiere de la utilización de las dos manos del Evangelio: Sean pacientes como palomas y astutos como serpientes. Esta astucia nos debe llevar a discernir los signos de los tiempos, a cuestionar profundamente los cambios culturales que vivimos, un diálogo sin restricciones sobre la vivencia de nuestra identidad y de nuestra gestión directiva, que nos hagan actuales y permanentes nuestras razones fundacionales de ser colegios efectivamente que trabajan por el desarrollo de la integralidad del alumno, atentos, vigilantes a dar testimonios de ser profetas que anuncian la Buena Nueva en la educación y que denuncian todo lo que provoca una distorsión del sentido educativo producto de esta visión economicista y productivista de la gestión de un centro educativo en que nos vemos inmersos.

VIVIENDO LA CULTURA DE LA CAZA.

El cazador (del latín cazar= captiare, captare, coger) es quien busca y sigue a sus victimas para darles caza usando la técnica de la sorpresa y la violencia para coger a su presa y matarla.

El ritmo del cazador es  impaciente e instantáneo. En el momento de poner la bala sobre su víctima, obtiene un producto crecido y maduro, listo para llevar a la cocina y a la mesa.

Un cazador no se preocupa del ritmo del crecimiento de las aves a las cuales caza, le basta encontrarlas y atacarlas.

La cultura  de la caza se expresa en la competitividad, agresividad y en niveles crecientes de violencia. En nuestros ambientes fácilmente se pasa de una “competitividad profesional” hacia ejecutivos “agresivos” capaces de vencer en la jungla de los negocios cada vez más  exigente.

Esta cultura es pragmática, para ella importa lo  inventariable, lo tangible. Ha hecho de la frase “más vale un pájaro (MUERTO) en la mano, que cien volando”, el motivo central de su filosofía, logrando reducir así ,  su capacidad soñadora, su facultad para creer y esperar.

La cultura de la caza es la cultura del movimiento, del vértigo, de la angustia del tiempo. Requiere trasladarse, y correr, requiere consumir kilómetros en un breve tiempo. Luego debe esconderse hasta encontrar el momento adecuado para coger su presa. Esta cultura perdió la capacidad de vivir el OCIO, el que vive el hombre capaz de percibir su entorno y de mirar y ad-mirar lo que le rodea. Está preocupado sólo del NEGOCIO (neg-ocio, negación del ocio), de la productividad y la eficiencia.

La cultura de la caza vive de la superficialidad, no establece contacto con el ambiente por el que corre, no tiene el tiempo para crear lazos. Su signo es la capacidad para pasar por las personas y las cosas, sin detenerse ni vincularse.

Un rasgo brutalmente explícito de esta cultura es la necesidad que se experimenta por la inmediatez del producto, se trabaja con insumos, los cuales se tratan de recuperar prontamente. La instantaneidad de los resultados ha llevado a incentivar el logro de los fines, desantendiendo la coherencia de los medios: la norma es llegar a los resultados a cualquier costo y con todos los medios a los cuales se pueda acceder.

En la cultura de la caza, la eficiencia está marcada no sólo por el hecho de usar bien los recursos y obtener buenos dividendos, sino en el goce de vencer a los competidores y mostrar sus errores, pues su derrota engrandece su triunfo.

POR EL DESARROLLO DE UNA CULTURA DE LA  LABRANZA.

El labrador (del latín laborator, laboratoris) es quien trabaja la tierra y el cultivo de los campos o sementeras, es el hombre o la mujer que ha desarrollado su capacidad de creer en la semilla. Es el hombre de la ESPERANZA en que sus trabajos brindarán los resultados que espera. Cree, aún sin ver el fruto de su siembra.

La cultura de la labranza o de la siembra se expresa en la capacidad soñadora. Quien planta una semilla está obligado a esperar y en ese tiempo está llamado a creer en el bien que traerá esta nueva simiente.

Quien labra la tierra se hace responsable del proceso, cuida, acompaña el crecimiento.

El crecimiento del fruto no es instantáneo, la planta madre debe vivir distintos procesos: primero un pequeño almácigo, luego será llevada a la siembra en la tierra grande, después saldrán los brotes pequeños. Un día serán fuertes, crecerán junto a las hojas y las flores... hasta llegar a la etapa del fruto que se entrega generoso al final de un largo proceso.

 La cultura de la labranza se expresa en medio nuestro cuando se vive el respeto por los ritmos individuales de cada persona: cada paso en su momento y en su lugar.  No se pueden saltar etapas, existe un ritmo natural que se debe respetar. Quien vive esto, aprende a esperar de cada persona la respuesta en su momento, confía, ESPERA que llegue el tiempo en que el otro dará los frutos  de madurez que esperamos.

La cultura de la labranza es la cultura de la acogida, de la bienvenida a todos los afuerinos, a los distintos. Los que participan de ella se dan el tiempo para conocer la realidad del otro, no hay necesidad de correr tras una presa desconocida y móvil como hace el cazador, la siembra está allí, no corre ni corremos con ella. 

En la cultura de la labranza, ambos, siembra y labrador, tienen el tiempo y el espacio, tienen el silencio y la quietud para creer en la relación que han establecido.

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