sábado, 15 de noviembre de 2008

Los idiomas del vértigo cotidiano...




 



CUANDO EL CAMINO HABLA (2º artículo de 21)

 

Hay días locos, este era uno de esos. Camino a casa… el infierno y la tensión de caminos por arreglar, de mujeres y hombres cansados tras doce horas de trabajo… yo uno más, pero agitado por llegar a una posta para que me vieran un dolor fuerte al pecho… no sea que no sea un dolor imaginario en un acto hipocondríaco…

 

Que largo era el taco aquella noche, una fila interminable de autos y de locura ciudadana. ¡bienvenido a la ciudad de los huevones! me dijo la voz interior, aquí la gracia es que vamos todos contra todos... concluyó.

 

Detrás mío un taxi no dejaba de hacerme pestañear  sus luces para apurar mi avance ... ¿por donde avanzar si vamos en esta columna de ovejas silentes? Insistía. Frené en seco, sobre mi asiento giré entero y lo quedé mirando por unos  segundos hacia atrás,  deseando trasuntar en mi rostro un fiera que no era mío.  El hombre avezado en estas lides ni se inmutó.

 

En cada esquina nos asaltaban choferes histéricos que deseaban incorporarse a esta procesión de locura. Allí, entre detenciones y breves avances, la temperatura de autos  y conductores subía rápidamente,  en la misma medida  mi dolor aumentaba y la presión del pecho empezaba a transformarse en dolor punzante.

 

Tal fue mi desesperación que en una nueva y larga detención tomé el  celular y llamé al 133 ¡Carabineros de Chile, buenas noches!

- me contestó en seco una voz metálica-

 Buenas noches Señor, le  contesté y enseguida solté el volcán interior que me encendía:

¡Señor, no se han enterado que toda Vicuña Mackenna es en este momento UN INFIERNO. No les han llamado para comunicarles que esto es una selva brutal donde vence quien tiene la carrocería más grande!

Sí Señor, ya hemos enviado un móvil para allá - fue la metálica respuesta.

¿Y me podría decir donde está su móvil, pues llevo cuadras y cuadras y aún no veo ni un sólo carabinero?  -agregué casi gritando-

Disculpe Señor, me dijo, pero en esas condiciones yo no puedo seguir hablándole... ¡y me cortó!

¿Qué podía hacer? ¿Volver a llamarle? ¿Y si me acusaba de ofensa a la autoridad?

 

No tenía alternativa, seguí por Vicuña Mackenna, buscando ayuda de emergencia para este dolor que se me complicaba.  Me sentí desubicado, no me parecía conocido este lugar, la última vez me pareció verlo más cerca... y mi dolor me perseguía, golpeando en el centro-centro de mi pecho.

 

Al fin llegué, tras una hora veinte de un  taco digno de una ciudad-laboratorio que experimenta el grado de tolerancia de sus ciudadanos. Poco a poco la luz de emergencia de la clínica se me acercaba.

 

Jovencita la doctora-me consolaba para mis adentros-, duro poco mi agrado pues al momento entró una  enfermera amplia, gordita, contundente  termómetro en mano, el que antes de poder responder a su saludo ya me lo había encajado en la axila. 

La acompañaba una auxiliar chiquita. Buenas noches le dije - a lo que,según entendí, movió su cabeza en señal de saludo.

¿No habla la señorita?

-consulté dirigiéndome a la gorda principal-

No, si habla ¡y viera como habla!

-contestó simpáticamente-

Al momento entró la joven doctora,

me tomó la presión y me auscultó por delante y por detrás… yo en silencio, entregado.

Luego vino el show de ¡quítese la ropa y póngase esta batita!... todo por un simple dolor de pecho -pensaba-

¡No lo haré! -le dije con seguridad a la gorda que observaba bata en mano-

Muy bien entonces lo llevaremos bajo sus condiciones y usted se hace responsable de lo que pueda  ocurrirle... de allí a la ambulancia y a correr a la clínica que quedaba a cinco minutos de mi trabajo... de vuelta a la locura del tránsito, pero ahora con escándalo, ulular, saltos entre autos, subidas a la vereda... y yo sentado en acostado en una camillita, de terno y corbata... si tenía que morir en el intento, por lo menos con dignidad, para qué les cuento más...

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