sábado, 15 de noviembre de 2008

EL IPIDIOPOMAPA O DE LA IMPORTANCIA DE LOS ASUNTOS “IDIOMATICOS


         LAS BARRERAS  GENERACIONALES DEL IDIOMA.



 

La casa era un verdadero mercado persa, lleno de ajetreos y preparativos.

Los mozos, especialmente contratados y vestidos para la ocasión hacían gala de amabilidad y educación, pero la tensión  delataba lo que significarían los hechos que todos esperábamos.

Todo invitaba a un ambiente de fiesta, las paredes se vestían de un blanco brillante y  olían a pintura nueva, las cortinas tenían las mismas de rositas coloridas, pero ahora se veían como  recién cortadas. Todos los invitados vestían  perfectos y pulcros trajes.

Era la fiesta de los 50 años de matrimonio de los abuelos.

En un rincón estaban poniendo recién la mesa que sería la nuestra: la del pellejo, lugar donde se sentarían los jovenzuelos, para permitirles vivir su propia dinámica.

Alrededor de ella nos empezamos a aglutinar cual  moscas revoloteando la presa. Primos y hermanos buscábamos  la silla y el acompañante. Era el juego de buscar un compañero de mesa simpático, pero sin decirlo abiertamente.

En esos suaves remolinos ubicatorios, Marcela empezó con la clave:

 

¡Epestapa sipillapa seperapa paparapa mipi!

...y fue el viento que soltó la palabra  ensemillada, al instante  Pablo  pegó un grito:

¡Yopo mepe quieperopo sepentapar junpuntopo apa Capamipilapa!

todos sonreímos, era un amorcito que se venía cocinando lentamente.

Papablopo sepentepemoposlopos apaquipi enpen lapa epesquipinapa!

Esta frase de Camila sacó aplausos, Pablo medio desentendido, se sonrojó levemente. Pero no era un tipo tímido, por lo que  astutamente logró  sacarse las miradas de encima con otra frase, mientras apuntaba al grupo de mujeres, que para variar se estaba juntando en un rinconcito:

¡Sipi, peperopo quepe nopo sepe siepentepen topodapas jupuntapas lapas mupujeperepes!

 

Solitaria, casi perdida en un mar  de flores,  miraba Paulina, observadora y  buena para analizar las situaciones como ella sóla, quizo también incorporarse al diálogo detectando un problema que se veía venir:  Paparepecepe quepe vapan apa fapaltapar alpalgupunapas sipillapas...

no quieperopo sepentaparmepe enpen lapa mepesapa depe lopos viepejopos.

 

Desde un rincón nos miraba la Tía Felipa, de las tías era la más joven y simpática, no entendía para nada nuestras jeringonzas, pero se sonreía de esta loca lengua juvenil, que todos hablábamos con rapidez y sin problema de entendimiento.

Me dí cuenta de su actitud y le cerré un ojo, ya le explicaría más tarde esta suerte de convención de extranjeros.

Al lado de ella , la tía María Eugenia, movía su cabeza toda de rubio encendido y claramente teñido. Eran sus gestos tan de reina que nos hacían sentir a todos sus vasallos, lo que diría que importa, eran las mismas ridiculeces de siempre. Era una vieja que aparentaba ser  experta en todo, criticona de las frases mal dichas, ácida en sus juicios y como guillotina para dar opiniones de otros, que no sean de sus hijos por cierto.

¿Qué te parece Felipa esta locura de nuestros sobrinos? ni ellos mismos se entienden. ¿Por qué lo hacen? Lo único que buscan es poner barreras y desconectarse de los adultos  - culminó la Tía María Eugenia, cual jueza de centro de madre pobre. Esta tía parecía la presidenta del grupo de los “viepejopos”,  tal vez eran sus afanes de profesora, que buscaba ejercer su docencia con todo el mundo o sus gestos de italiana mezclada con sangre aborigen que soñaban con pertenecer a la alta sociedad.

 

LAS BARRERAS  SOCIALES DEL IDIOMA.

 

Hoy, al recordar estos juegos idiomáticos en tiempos de juventud, me río nostálgicamente y claro,  le encuentro razón a la tía teñida. Nuestras frases complicadas eran una forma casi cortés de romper con el mundo adulto. Ellos nos obligaban a mantener “las  buenas costumbres” externas en el peinado, en el vestido, pero nos quedaba el recurso mente-lengua para cortar lazos y construir nuestra sociedad sazonada por este condimento de las palabras. Ellos allí no mandaban, ni podían criticar nuestros diálogos y “confabulaciones”.

Eran ingenuos diálogos, sin ninguna clave secreta más que agregar un pequeño esfuerzo en entender que a cada silaba le agregábamos otra, un adulto con un poquitito de esfuerzo podría haber entrado fácilmente en estos juegos de la lengua.

 

Hoy, ya siendo adulto cada día soy testigo de  enormes “brechas idiomáticas” que se han transformado en “trincheras idiomáticas”  existentes en nuestra ciudad. Vivimos tiempos difíciles, estamos separados en una inmensa gama de continentes extraños: en clases o grupos de acuerdo a los años que tengamos, al  dinero que cargamos,  a la idea política que adherimos,  a la postura filosófica que asumimos, a la ropa que vestimos, a los espacios recreativos que visitamos.

 

CADA CASTA CON SU IDIOMA.

 

Se habla mucho de las tribus urbanas, ¿pero las tribus laborales, políticas, adultas? ¿quién las menciona?

Cada cual habla y vive su propio idioma.

Así, nuestro  país, no es uno solo, es un conjunto de países, una variedad de tribus donde cada una vive con su onda propia. Cada grupo ha ayudado a construir socialmente  un continente cada vez más archipielágico, un conjunto de grupos-islas que se rozan, pero que no intervienen en acciones conjuntas.

La “Aldea Planetaria” sólo opera a nivel del TV cable y de la propaganda de los grandes medios de comunicación social, pero de aldea global nuestro mundo y este país tiene poco o nada.

 

El concepto de planetariedad debería ser consecuente con acciones comunes, con hitos similares, con esperanzas que muevan con igual energía a los corazones, con una mirada similar sobre la vida y la trascendencia. Sin embargo nos envuelve un archipiélago global, en donde la guerra de los idiomas y de las culturas se hace cada vez más patente y brutal, allí cada tribu en su isla trata de inyectar a la otra su lenguaje y sus costumbres.

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