Esta formación debe ser un proceso vivencial. Una experiencia mística que nos una íntimamente con la persona que nos llama, el Señor.
Esta formación debe ser un proceso vivencial. Una experiencia mística que nos una íntimamente con la persona que nos llama, el Señor. El logro de esta experiencia vivencial y mística debe tener prioridad sobre cualquier otro propósito que tengamos al realizar la tarea pastoral en la Iglesia.
Esta formación debe ser además un proceso vivencial inculturado, de manera que nuestras culturas y regiones asuman los valores evangélicos dentro de su propia idiosincrasia, expresión e historia. Una vivencia actualizada pero no secularizada para evitar que los cristianos, fieles y pastores, aparezcamos más como funcionarios burocráticos que como pastores de la luz y de la vida.
Esta formación vivencial debe estar comprometida con la situación del país, de tal manera que en todos los aspectos, en el aspecto social, en el político, en el económico, todo esté al servicio del bien común. Todos los cristianos tenemos el derecho y el deber de participar en los proyectos de la sociedad civil, en todos los aspectos, sobre todo en todos aquellos en los que están en juego la libertad, la dignidad de la persona humana, la justicia.
La formación vivencial del Evangelio se realiza en comunidad. En especial, la parroquia debe crecer como comunidad de comunidades en donde, bajo la guía del Párroco se viva la fe cotidianamente, se trabaje por un mundo más libre y más justo, que se mantenga viva la esperanza aún en los momentos más dolorosos y difíciles de la vida.
La formación vivencial del Evangelio es fuente de paz. La situación de conflicto y de violencia que vivimos en Colombia debe ser mirada por nosotros como un desafío para demostrar la virtud pacificadora del Evangelio; en todas nuestras comunidades se debe dar un alegre testimonio de la manera como el Señor envía a ser portadores de paz. Todo cristiano, desde la paz de su corazón reconciliado, puede ser un valioso mediador, facilitador, abogado y defensor en los procesos que se viven en nuestros barrios, en nuestras regiones, en todo el país, en búsqueda de la reconciliación y de la paz.
El discípulo misionero vive el Evangelio en diálogo con el mundo. Nuestro país va siendo cada día más pluralista, globalizado, moderno. La Iglesia tiene que entrar en diálogo con ése mundo por medio de una pastoral de la inteligencia, a través especialmente de sus colegios y universidades. Estamos convencidos de que Jesucristo es la Luz del mundo que ilumina toda nuestra existencia, también nuestra inteligencia.
La formación del discípulo misionero debe transmitir el Evangelio como experiencia del amor infinito que Dios nos ha revelado en Jesucristo, como experiencia de su ternura. Es éste el aspecto más profundo del testimonio al que está llamada la Iglesia en el mundo. Lo puede ofrecer en todas las circunstancias de la vida pero en ninguna parte puede ser más importante este testimonio como en las situaciones de dolor que experimentan las personas de muchas maneras, en la exclusión, en el desplazamiento, en la enfermedad, en las debilidades morales, en la persecución, en el sufrimiento causado por las dominaciones y los totalitarismos.
El discípulo misionero debe tener un sentido ecuménico. Los cristianos no estamos solos en el mundo: compartimos nuestra fe con los hermanos de otras confesiones cristianas, con creyentes de otras religiones, inclusive con personas que dentro de diferentes movimientos tienen ideales y proyectos diferentes a los nuestros. Tenemos por eso la responsabilidad de trabajar porque se haga posible, en medio de la diversidad, una comunión fraternal y un espíritu de colaboración a favor de todos los hermanos, en especial de los más humildes, y con el fin de construir todos juntos un país mejor.. Con las otras religiones y movimientos religiosos debemos también trabajar para que, conociéndonos y amándonos, podamos aunar esfuerzos en la búsqueda de una paz mundial, edificada sobre sólidos fundamentos éticos y espirituales.
La realización de esta formación vivencial de la fe tiene una dimensión profética: esta dimensión nos permite hacer un juicio sincero sobre lo que no es humano, sobre la injusticia y todos los males que pueden afectar nuestra vida y la de nuestra sociedad, y nos permite proclamar, con la mirada puesta en el futuro, la esperanza.
Cuando los discípulos misioneros irradian la luz de Cristo, automáticamente queda al descubierto las obras de las tinieblas: la injusticia, la violencia de todo tipo, la corrupción en todos los niveles, la desigualdad social, las infidelidades de los mismos cristianos, las crisis en las instituciones fundamentales, los abusos de poder, los irrespetos a la dignidad de las personas. Con la luz de Cristo de la que estamos llamados a dar testimonio puede comenzar la obra de la restauración de nuestro mundo y todos los procesos necesarios de justa reparación para reconstruirlo todo en la justicia y en el amor.
Haciendo esa vivencia del Evangelio, inculturada, pacífica, en diálogo, ecuménica, comprometida con la sociedad y como manifestación de la ternura de Dios, los cristianos damos testimonio de la experiencia de la vida de Jesucristo que tiene virtud salvadora y por lo tanto, virtud de transformar toda la realidad. Si toda la Iglesia en Colombia se deja poseer por Dios, seremos sus antorchas en un mundo que a veces parece perder el rumbo. Formar discípulos misioneros es el compromiso de hoy.
Monseñor Fernando Sabogal Viana, Director, 15 de agosto de 2008 Diario El Catolicismo, Colombia.
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