Me cambié de casa
y me siguieron mis viejos hábitos y costumbres.
Me cambié de trabajo
Y me llevé mis antiguos temores y desconfianzas.
Me cambié de ropa
y las viejas apariencias se reían de mi.
Cambié de auto
y mi temor a los semáforos me esperaba en cada esquina.
Si cambiara de señora
con toda seguridad me seguirán
mis viejas frases malditas.
¿Hasta cuando cambiaré sin cambiarme?
¿Hasta dónde me mudo, sin mudarme?
Hasta que no abandone la ilusión
de que el cambio, la mejoría, la conversión
sobreviene desde la añadidura,
las apariencias y formalidades,
Hasta que no recuerde que lo profundo
no se sostiene en raíces superficiales.
Hasta que no recuerde
que el desconocimiento de lo propio
me lleva a crear las imágenes de mí mismo
que luego muestro, defiendo y venero.
Hasta que no deje de vulgarizar mi identidad,
hasta que no vacile en tiempos de incertidumbres,
hasta que no resguarde las semillas de humanidad
que tengo que plantar, cuidar y cosechar.
Hasta que no seque toda mi sangre
por dar vida a mi lema de esperanza…
Hasta que no experiencie lo que de él entiendo:
“mientras respire, creo y espero”...
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