sábado, 4 de abril de 2009

MANOS PEQUEÑAS, MANOS PODEROSAS

MANOS PEQUEÑAS, MANOS PODEROSAS

 

Vuelvo a mirar mis manos y las veo como llaves, como herramientas, como bendición para otros. Tremenda misión que tenemos entre manos… llenarlas de semillas, de proyectos, de intenciones y de acciones.  Que den todo lo que están llamadas a dar, que conquisten la grandeza de la Creación y la pongan al servicio de todos.

El mundo necesita mis manos, tus manos. Todas las manos, con dolores y esperanzas, con heridas y con paz, con callosidades y suavidades, con arrugas y juveniles, ideales, siembras y estrellas.

Dios no tiene manos, pero es mi soporte, Dios no tiene manos pero el universo entero está en el cuidado de las suyas.

Todas las manos son manos de Dios, algunas han perdido el recuerdo, están desmemoriadas, pero siempre está la raíz del recuerdo y la vocación con que fueron creadas. Ellas están llamadas a convertir, a romper con la injusticia y el poder inhumano.

Nuestras manos tienen por tarea nada menos que el diseño y la construcción de una sociedad nueva, nueva civilización, la del amor y la verdad… con todas las manos de todas las mujeres, de todos los hombres. 

 

Llegaremos al final del tiempo a encontrarnos con Dios y con humildad tendremos que reconocer lo que hicimos con nuestra manos… a lo mejor Dios nos dirá: ¡Bienaventuradas manos, que aún siendo tuyas (yo te las di) las hiciste mías!

Una oración de Laudes.

En la oración litúrgica del Laudes, sábado de la primera semana, se presenta un himno en que las manos de Dios y de los humanos se hacen UNA:

“Salimos de la noche y estrenamos la aurora,

saludamos el gozo de la luz que nos llega

resucitada y resucitadora.

 

Tu mano acerca el fuego a la tierra sombría,

y el rostro de las cosas se alegra en tu presencia;

silabeas el alba igual que una palabra,

tú pronuncias el mar como sentencia.

Regresa, desde el sueño, el hombre a su memoria,

acude a su trabajo, madruga a sus dolores;

le confías la tierra, y a la tarde la encuentras

rica de pan y amarga de sudores.

Y tú te regocijas, oh Dios, y tú prolongas

en sus pequeñas manos tus manos poderosas,

y estáis de cuerpo entero los dos así creando,

los dos así velando por las cosas”.

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