
“Desorientado”, profunda palabra, maestra palabra.
Nos habla de “perder el horizonte”
perder esa mirada amplia sobre lo esperado.
Estar desorientado es no saber que viene,
que nos espera y lo peor,
no saber que es aquello que buscamos.
Junto con desear y anunciar la muerte del creador,
fuimos asesinos de los amplios horizontes,
aquellos de la grandeza humana,
los que nos hablaban de la enorme fuerza
de nacer sabiendo que éramos amados
y que nos invitabas a vivir un Proyecto Personal de Vida
que desde toda eternidad habías pensado para nosotros.
Nacer con un horizonte,
no es lo mismo que nacer del azar, de la causalidad.
TU siempre nos hablaste de las alturas, de luchas,
de metas ascendentes, de horizontes amplios.
Los teníamos desde milenios, hoy los hemos descartado,
no nos sirven las enseñanzas de tus seguidores de antaño.
¿Qué nos dice un San Francisco, un san Agustín?
¿Para que un san Benito o san Ignacio?
Para el habitante de la globalización son vendedores,
son parte de un mercado religioso que poco impacta en sus vidas.
¿Cómo rescatar los amplios horizontes
y no contentarnos con la miseria cotidiana?
¿Cómo decirle al niño que fue creado para el heroísmo,
para sembrar y transformar la tierra?
¿Cómo ampliar su horizonte afectivo con metas altas,
soñadoras, humanizadoras, eternas?